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¿Cuál es el límite del amor?

Muchas veces se tiene la creencia de que el amor es seguro, ilimitado, irrevocable y eterno, otras tantas, incontrolable e irracional, lo que nos lleva a la idea de que “el amor está por sobre todas las cosas”. Sin embargo, estimarlo así, significaría que estuviera por encima de los derechos humanos, la justicia y la ética.

Sin importar lo que digan algunos románticos, amamos con el cerebro, no con el corazón. La voluntad de amar o no al otro existe. El enamoramiento no se trata de un acto en el cual el amor nos posee de manera involuntaria y exclusiva; ninguna persona es víctima del amor sin su propio consentimiento.

No todos tenemos la misma percepción sobre lo que es vivir en pareja. Hay quienes  consideran que el vínculo del amor es para toda la vida: “hasta que la muerte nos separe”, y por ello la tolerancia no conoce límites.

Uno de los factores que propicia la concepción del amor romántico e incondicional es la forma en que nuestra sociedad pareciera indicarnos cómo deben ser nuestras relaciones personales partiendo de una idea altamente dañina: “hagas lo que hagas te amaré igual”. Es decir, que pese a la violencia, infidelidades, desinterés, desprecios, desconfianzas o mentiras, el amor sigue intacto, los sentimientos no cambian ni se modifican, aun y cuando la dignidad de uno o ambos se vea duramente lesionada.

El amor sin límites permite se le entregue a la pareja un “vale por todo afectivo” permitiendo el sufrimiento feliz (como si el sufrimiento estuviera ligado al amor), desinterés por uno mismo y renuncia al amor propio. De esta manera, algunas personas permanecen estancados en relaciones altamente peligrosas y dañinas, donde se promueve la dependencia, el sacrificio y muchas veces la abnegación.

Amar a una persona no debe implicar renunciar a uno mismo. El amor maduro integra el amor propio y hacia el otro, sin conflictos ni intereses, se ocupa de estar bien consigo mismo, sin aniquilar la dignidad ni la autoestima, amar plenamente pero con límites y reservas, con la firme convicción de que se tiene una relación con ternura, amistad, pasión, delicadeza y sin violencia, con la persona que se elija como pareja, para que de esa manera, se pueda construir una relación afectivamente sana.

Fuente: Lic. Patricia Rojas

Especialista en Psicología

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